A continuación se transcribe la noticia que hoy publica «Tinta de Hemeroteca» (Sección de Heraldo de Aragón) en su edición digital, en la cual, aparece nuestro municipio.
En la madrugada del 3 de diciembre de 1940, cuando ni siquiera se había cumplido un año del fin de la guerra civil, Aragón sufrió el accidente ferroviario más sangriento de su historia: oficialmente, el choque de Velilla, que no fue muy aireado por las autoridades de la época, se saldó con 48 muertos y un centenar de heridos. HERALDO relataba así lo sucedido:
A las cuatro y cuarenta y cinco minutos de la madrugada se recibió en Zaragoza la primera noticia del siniestro por el siguiente telegrama recibido del jefe de la estación de Velilla de Ebro:
“Trenes 802 y 803 han chocado aguja salida sentido La Zaida estación Velilla. Hay desgracias personales. Urge tren socorro”.
Inmediatamente se dio cuenta de lo ocurrido a las autoridades y centros de asistencia sanitaria y comenzaron los trabajos para organizar el primer tren de socorro.
Según las informaciones recogidas en el lugar del suceso, los trenes expresos procedentes de Madrid y de Barcelona, que debían cruzarse en la Puebla de Híjar, tenían señalado el cruce en la estación de Velilla a causa del retraso que traían, que era de cinco cuartos de hora el de Madrid y veinte minutos el de Barcelona. Conducían el expreso procedente de Barcelona el maquinista Manuel Corredo Castella, el fogonero Jaime Masaguet Vidal y el conductor Tomás Ruiz Ruiz. También viajaba en la máquina de este convoy el jefe de maquinistas señor Valmañas. Conducían el tren de Madrid el maquinista Amadeo Sáez Abancas, fogonero Miguel Ferbero Gracia y el conductor Sixto Ferrar.
El maquinista del tren de Madrid frenó el convoy y, al ver que el tren expreso de Barcelona, que iba a gran velocidad, se le echaba encima, intentó dar marcha atrás, en cuyo preciso momento
se produjo la catástrofe. El tren de Barcelona no había podido frenar y fue a chocar violentísimamente con el convoy parado de Madrid. Eran exactamente las cuatro y tres minutos de la madrugada.
A quinientos metros del lugar del accidente pasa el río Ebro y allí presta servicio permanente un barquero, que fue quien, al escuchar el estruendo producido por el choque, acudió rápidamente al
pueblo de Velilla para avisar a las autoridades y vecindario de lo que acababa de ocurrir.
Uno de los primeros en reaccionar a la tremenda impresión sufrida fue el agente del Cuerpo de Investigación y Vigilancia don Tomás León Pérez que, habiendo resultado indemne, recorrió toda la formación del convoy reclamando a los viajeros ilesos para que acudieran a prestar auxilio a las víctimas. El frío y la oscuridad agravaban la situación y dificultaban el socorro a los heridos y la localización de los muertos que se confundían entre los restos del convoy.
Desde el primer momento se advirtió que el tren de Barcelona era el que más violentamente habla sufrido las consecuencias del choque, y de manera muy especial el coche-correo, un vagón de tercera clase y un vagón mixto de camas y primeras que figuraba en la cabeza del convoy. Estos tres coches habían saltado de la vía y fueron a caer destrozados por un pequeño terraplén de unos tres metros. La primera labor de los viajeros que habían resultado ilesos fue encender con tablas del tren grandes hogueras para iluminar el lugar del suceso. Dos médicos que viajaban en los trenes siniestrados se dispusieron a auxiliar a las víctimas, pero su labor no pudo ser todo lo eficaz que era necesario, debido tanto a la oscuridad como a la falta de material sanitario.
Al mismo tiempo que de la estación se reclamaban auxilios a Zaragoza, Caspe, Mora de Ebro y pueblos vecinos, el personal de servicio en la misma se esforzaba por atender a los más graves y extraer
de entre los restos del convoy a los que humanamente era posible hacerlo.
Los primeros en llegar al lugar de la catástrofe fueron las autoridades de Velilla, Gelsa, Quinto y Pina, que con las fuerzas de la Guardia Civil de aquellos puestos y numerosos vecinos colaboraron
abnegadamente en el salvamento de las víctimas. También acudieron inmediatamente al lugar del suceso el médico de Velilla, don Francisco Oliete; el de La Zaida, don Federico Borgue; y el de Pina, don Pascual Albalate.
También el alcalde de Quinto, con la Guardia Civil de aquel pueblo, acudió rápidamente al lugar del siniestro, colaborando en los trabajos de auxilio a los heridos. Los sacerdotes de La Zaida y Velilla,
de cuya abnegada labor escuchamos en el lugar del suceso los más calurosos elogios, prestaron los auxilios espirituales a los más graves y trabajaron denodadamente en el salvamento de heridos.
Mención especial merece el vecindario de Velilla de Ebro, que no solo acudió en masa al lugar de la catástrofe, trabajando durante toda la noche para recoger heridos, sino que además, poco antes de las siete de la mañana, las mujeres del pueblo llevaron al lugar del suceso jarras de leche y de café calientes para reanimar a las víctimas.
Como ya decimos, el frío intensísimo -quizá llegaba a los diez grados bajo cero- que se dejaba sentir a aquella hora agravaba la situación de las víctimas, por lo que hubo de ser habilitada la estación de Velilla para puesto de socorro. Los viajeros ilesos, el personal de la compañía y las autoridades y vecindario de los pueblas limítrofes, secundados por una compañía de un batallón de trabajadores que se encontraba en Quinto, y que inmediatamente acudió al lugar del suceso, comenzaron el traslado de los heridos a las dependencias de la estación, utilizando para este penoso servicio las colchonetas de los asientos de primera clase.
De una casilla próxima y de los pueblos vecinos se llevó a la estación de Velilla material de cura, con lo que los médicos pudieron comenzar la asistencia a los heridos más graves, que eran todos del vagón de tercera clase que figuraba en cabeza del tren procedente de Barcelona, y que iba con exceso de viajeros.
A las siete de la mañana, en las dependencias de la estación de Velilla, habían sido reunidos unos sesenta heridos, de los más graves, ya que los contusionajavascript:enviar();dos y leves renunciaban a la asistencia médica en beneficio de aquellos que se hallaban en más grave estado.
A las siete de la mañana anunciaron de Zaragoza, Caspe y Mora de Ebro que salían trenes de socorro con personal médico, material sanitario y brigadas de obreros.