Cuando llego a la entrada del pabellón polideportivo ya me están esperando. Con puntualidad británica, Mari Carmen Lierta, Fina Torren, Pilar Rotellar, Mari Carmen González, Emi Galán y Carmen Gavasa han acudido acompañadas por sus dos profesoras, Lola Usón y Soco Vidal, para guiarme por Quinto. Son alumnas del grupo de educación de adultos y han participado en el programa «Ven a conocer mi pueblo» convirtiéndose en expertas en las tradiciones, costumbres y parajes de su localidad. «Llevamos viviendo aquí toda la vida, pero puedes pasar mil veces por debajo de uno de los portales o mirar el Piquete y no pararte a pensar ni a valorar lo que tienes en tu pueblo», aseguran.
Quinto es, con sus más de 2.000 habitantes y sus casi 120 kilómetros cuadrados de superficie, la capital de la Ribera Baja. Se encuentra a relativa cercanía de los otros 9 municipios y a sólo 42 kilómetros de Zaragoza capital. Su descenso de población ha sido menos pronunciado que en otras localidades, aunque todas me aseguran que ha bajado «por lo menos 500 habitantes en unos pocos años». Sin embargo, hace ya unos años que se inició la inmigración en Quinto, hecho que ha frenado el descenso de población y que ha fomentado una discreta remontada en el número de habitantes. «No ha habido problemas y en general se integran bastante bien», explican las mujeres.
Hacemos la primera parada en el portal de San Miguel que, junto con los de San Roque y San Antón, conforman un interesante conjunto que data del siglo XVIII. «Los portales protegían el pueblo del exterior. Se abrían y se cerraban cuando ordenaba el concejo para que nadie pudiera entrar o salir en unas determinadas horas», explica Mari Carmen. Encima del arco de San Miguel hay una capilla, desde donde se puede observar una excelente vista del Piquete. «El 29 de septiembre, día de San Miguel, se celebra haciendo la misa aquí. Después, los vecinos de la zona invitan a chocolate y bizcochos», comentan. Mari Carmen nos relata una antigua historia de amor que sucedió en este enclave de Quinto y, aunque no existen textos que lo corroboren, se ha ido trasmitiendo de generación en generación. La historia cuenta que cuando el Piquete era un castillo donde vivía un señor feudal que tenía un hijo. Éste se enamoró de una chica del pueblo. La relación era imposible debido a la insalvable diferencia de clase social, así que se comunicaban a escondidas mediante espejos. Él desde el castillo y ella desde esta capilla. El día que el chico tuvo que abandonar Quinto para ir a la guerra, ella salió a la calle para ver a su amado por última vez, pero al paso del carruaje ella se desmayó y él se apresuró a saltar del carro para tomarla entre sus brazos. Tras decirle a su padre que ésa era la mujer que amaba, el señor feudal acabó aceptándolo y consintió la boda de su hijo con esa mujer de Quinto que dicen que se apellidaba Beltrán.
Caminamos por la calle Mayor, en la que se encuentran la mayor parte de los servicios de un pueblo con una economía que se desarrolla equilibradamente entre la agricultura, con una amplia superficie de regadío, la industria, con una empresa de prefabricados de escayola y la extracción de alabastro y los servicios. Llegamos a la plaza de la Comarca que reproduce en su baldosas un mapa de sus 10 pueblos con el nombre y el escudo de armas de cada uno. Subiendo hacia el Piquete vemos el inicio de la calle de Doña Urraca o calle de los muertos. «Por aquí se llevaba el ataúd a pie hasta el cementerio. Antes era tan estrecha que justo cabía la caja y los cuatro que la llevaban», explican Carmen y Lola.
Nos dirigimos a la iglesia de la Asunción, popularmente conocida como el Piquete, por ser el punto más alto de la localidad. Data del siglo XV, aunque se hicieron ampliaciones en los siglos XVI y XVIII. Fue escenario de terribles enfrentamientos durante la Guerra Civil, ha sido restaurada exteriormente y ahora se está trabajando en la restauración interior. Su belleza no pasa desapercibida, razón por la cual fue declarada por la UNESCO monumento mudéjar patrimonio mundial. En el mirador exterior se puede ver una réplica del reconocimiento otorgado por Felipe V como agradecimiento al apoyo en la guerra de Sucesión «El día quinto del mes quinto del año quinto entró en Quinto Felipe V». Esta inscripción recuerda la concesión del título de «Lealísima Villa» por parte del monarca el 5 de mayo de 1705.
De aquí bajamos hasta la plaza vieja, en la que se encuentra la iglesia de San Juan, y seguimos hasta la llamada casa del cura, un antiguo palacio aragonés de estilo renacentista en avanzado estado de deterioro.
Allí al lado nos encontramos con el segundo portal, el de San Roque, que servía para cerrar la entrada al pueblo por el otro extremo del casco urbano. Su capilla es la más grande de las tres. «El 16 de agosto, día de San Roque, se hace la misa aquí y los vecinos reparten una imagen del santo», explican las guías.
Nos dirigimos después al portal de San Antón, que se encuentra fuera del camino de los otros dos y servía para cerrar el acceso desde los campos. «El 17 de enero, día de San Antón, los miembros de la cofradía sortean tres lechones y un cerdo y ofrecen una merienda popular. Antes se pasaba a los animales por debajo del arco para bendecirlos, aunque mucha gente sigue trayendo a su perro y a sus animales hoy en día», comentan las vecinas.
Las fiestas mayores, en honor a Santa Ana (26 de julio) siempre han ido muy unidas a la tradición taurina. «Hace unos 30 años quisieron quitar las vacas, pero la gente del pueblo se dedicaba a torear a los concejales del ayuntamiento cuando salían a la calles, así que al final rectificaron y trajeron vacas», cuenta Fina. La noche del 26 de julio se hace la llamada «quema del cuadro de Santa Ana». «Se colocan fuegos artificiales alrededor de un cuadro de pergamino con una imagen de Santa Ana. Cuando el fuego se apaga y todo el mundo aplaude, si el cuadro se quema es presagio de que ocurrirá alguna desgracia con las vacas, una cogida mortal o algo así», explican. También se interpreta el dance de Santa Ana recuperado en 1985.
La visita termina en la plaza del Ayuntamiento, enclave donde charlamos sobre la romería a las ermitas de Bonastre y Matamala el lunes y martes de Pascua. Soco nombra también al escritor Jardiel Poncela, descendiente de Quinto, aunque nacido accidentalmente en Madrid. «Su padre era de Quinto y su madre está enterrada aquí. Dicen que cuando se le atascaba alguna obra de teatro venía a Quinto y visitaba el cementerio para hablar con su madre y pedirle inspiración».
ESTHER ANIENTO